jueves, 30 de abril de 2015

DEPREDADOR Y PRESA (IV)



Habían pasado dos amaneceres desde la última vez que le vi. El estúpido y arrogante que se hacía llamar mi prometido hizo saber a todo el pueblo que la bestia estaba muerta, o al menos eso creía él, pues yo bien sabía que aquello no era cierto, él no podía estar muerto. Impaciente y preocupada decidí salir una vez más en su búsqueda. 


Era mediodía, el Sol dominaba el pico más alto de la colina proyectando misteriosas sombras a su paso. A hurtadillas, abandoné las dependencias de mi padre ocultando mi cabeza bajo un manto de seda que mi difunta madre me regaló en mi décimo sexto cumpleaños. Poco a poco me fui alejando de la civilización para ir adentrándome en los territorios del lobo.


A pesar de ser un día de lo más soleado el frío hacia mella de su presencia, penetrando por mi epidermis y saliendo a través de mi aliento en forma de humo. Mis pies se iban enterrando en la nieve a cada paso que yo daba, torpemente caminé unos pocos metros hasta que me detuve. Esta aquí. Una mirada se clavó en mi espalda, alguien me estaba observando. De nuevo volví a sentirme presa, sabía que estaba ahí, escondido en cualquier parte, de alguna manera yo era capaz de sentir su presencia, de oler su fragancia corporal, de saber que estaba vivo.


― ¿Que estás haciendo aquí?― el sonido de su voz congeló la volemia de mi sangre.


El sonido provenía de un lugar alto, alcé la vista y pude verle. De pie, sobre la más alta rama de uno de los árboles del bosque estaba él, tuve que alejarme unos pasos para poder visualizarle con claridad. No parecía temer a las alturas, con aires de chulería y seguridad me interrogaba cerca de la copa de dicho árbol.


―Dios, ¡estás vivo!― la emoción de volver a verle sano y salvo me desbordó por completo, llevándome las manos a la boca grité eufórica, mi felicidad era máxima, estaba vivo, ¿cómo era posible?

―Vete, no puedes estar aquí― me advirtió desde la lejanía.


Los rayos de Sol impactaban sobre su esculpida silueta dotándola de una belleza sublime. Fascinada contemplé aquella maravilla de ser sin poder articular palabra. La luz iluminaba sus negros cabellos alborotados y se reflejaba en sus dorados ojos, los cuales no era capaz de apartar de los míos. El intenso frío congelaba mi piel, pero a él no parecía hacerle efecto alguno, pues su cuerpo, tan sólo cubierto por unos pantalones roídos, no se estremeció ni una sola vez.


―Yo… sólo quería comprobar si seguías vivo…― atiné a decir entre tartamudeos.


El lobo apretó la mandíbula con resignación y miró hacia otro lado.


―Por favor, vete― aquello sonó casi a modo de súplica.


Vacilé unos instantes mientras fijaba la vista en el suelo, acto seguido le miré desafiante.


―No.


Aquello debió de molestarle lo suficiente como para hacerle enfadar, al fin y al cabo acababa de retarle. Su expresión dio un cambio radical, todos los signos de un animal enfurecido se reflejaron en su rostro. Emitió un estruendoso rugido y sus ojos se tornaron de color carmesí. Sus pies se despegaron de la superficie del árbol y, tras coger gran impulso, saltó desde lo más alto para caer bruscamente contra el suelo donde me encontraba yo. Su caída hizo temblar el suelo a la vez que levantó un tupido manto de nieve. No tuve tiempo ni de sobresaltarme.


―¡¡He dicho que te largues!!― gritó a pocos centímetros de mi cara, un grito tan potente que me dejó desprovista del abrigo que me proporcionaba el regalo de mi madre.


La sensación del miedo me invadió de nuevo, su cara de desquiciado, de animal salvaje con esos fatales colmillos me hizo temblar una vez más, pero no, esta vez no iba a salir corriendo como a él le gustaba que hiciera, tenía que sacar fuerzas de flaqueza y enfrentarme a él.


―¡¡No!!― me atreví a repetir alzando la voz.


El temblor de mi voz y mis ojos llorosos delataron mi nerviosismo, pero el lobo no salía de su asombro.


― ¡¿Es que acaso ansias la muerte?!―me agarró de la cabellera fuertemente obligándome a arrodillarme.


Cerré mis ojos sin dejar de llorar mientras me aferraba al brazo con el que me sujetaba.


― Sabes que te lo supliqué, te supliqué que acabaras conmigo…―le recordé entre lágrimas―te dije que volvería a buscarte…

― ¡Insensata!― Me soltó con brusquedad del pelo y me lanzó contra la nieve.


El tacto helado de la nieve era doloroso, me incorporé en cuanto pude y sequé mis lágrimas con el dorso de mi mano.


― ¿Qué quieres de mí?―le oí preguntar con la voz más calmada.


Sus ojos recobraron la cordura y yo me arriesgué a mirarle. En su torso desnudo no había rastro ni señal de daño, no había cicatriz alguna, eso era imposible, yo misma pude ver el espantoso agujero que le atravesaba el pecho.


― Tu pecho… ¿cómo es posible?

― ¿Qué quieres de mí?―repitió con insistencia.


Tragué saliva y aparté mi vista, estaba decidida a zanjar este asunto, era ahora o nunca.


― ¿Por qué no me mataste?, hace dos días tuviste mi frágil cuello entre tus fornidas manos y fuiste incapaz de hacerlo, quiero saber por qué.


El lobo guardo silencio y evitó mi mirada dándome la espalda.


― No… no lo sé…

― ¿No lo sabes?― ágilmente me puse en pie y corrí a darle la cara― ¿eras tú el lobo que liberé del cepo hace ocho años, verdad?

― Apártate― me advirtió con un tono seco.

― ¡Vamos, deja de negarlo!

― He dicho que te apartes.

― ¡Eras tú, vamos, confiésalo!, ¡estás en deuda conmigo y por eso no puedes matarme!

― ¡¡Sí, era yo!!, ¡Joder!― afirmó entre gritos y agitando sus manos.

― Oh dios, es imposible…


Los gritos cesaron y un incómodo silencio se creó en el ambiente. Petrificada, miré a los ojos a aquel extraño ser, aquel hombre lobo que acababa de confesarse y del cual estaba perdidamente enamorada.


― ¿Qué eres?― le pregunté con prudencia.

― Soy un animal confinado en el cuerpo de un hombre― sus hermosos ojos emitieron un resplandor único al mirarme.

― Pero, yo te vi, eras un lobo…― le dije forzando la mirada.

― Soy un licántropo― añadió apretando los labios― ahora ya lo sabes.

― Un… ¿licántropo?―asombrada, tapé mi boca con ambas manos― y aquel día, ¿por qué no te convertiste en humano para liberarte del cepo?

― Yo dependo del ciclo lunar, con la luna nueva soy un hombre, con la luna llena un animal.

― No puede ser…― seguía atónita, no podía ser real― ¿y por qué querías matarme?, por dios, te salvé la vida.

― Yo nunca te pedí ayuda.

― Mientes, tus ojos parecían hablarme, sabes que si no llego a ayudarte hubieras muerto de hambre.

― Yo no puedo morir, soy inmortal― añadió orgulloso.

― ¿Qué?― di un salto hacia atrás al oír aquello.

― Aun así te estoy agradecido, pero eso no quita que seas una presa deliciosa― sonrió mostrando sus deslumbrantes dientes y yo me ruboricé por completo― te he estado observando desde entonces.

― ¡¿Qué?!, ¡¿me has estado espiando?!― la explosión de color que cubría mis mejillas se hizo más intensa aún.

― Estúpido de mí, que cuando al fin pude matarte no lo hice…― el lobo se dio media vuelta y comenzó a alejarse.

― ¡¡Eh!!, ¿a dónde vas?― comencé a perseguirle de manera inútil por la nieve.

― Esta noche es luna llena, quizás el humano haya sido capaz de apiadarse de ti, pero no te aseguro que el animal sea capaz de hacerlo― hablaba sin mirarme.

― ¿Puedo al menos saber tu nombre?― le pregunté en un acto de desesperación.


El lobo se paró en seco, apretó los puños y giro su cabeza suavemente en mi dirección.


― Creo que ya sabes suficiente, conejita…― acompañó la frase con una pícara sonrisa y se esfumó entre la frondosa vegetación.

















martes, 14 de abril de 2015

DEPREDADOR Y PRESA (III)



Recuerdo aquel día como si fuera ayer. Yo tenía diez años y como siempre solía hacer, aprovechaba cualquier despiste de mi padre para escaparme al bosque. Amaba ese sitio, la paz y tranquilidad que encontraba entre sus árboles y senderos no la hallaba en ningún otro lugar. 

Esa mañana me adentré bastante profundo en el bosque, más de lo habitual. El motivo de mi atrevimiento: unos fuertes quejidos de dolor procedentes de algún tipo de animal. Me deje guiar por el sonido de los amargos lamentos, sea lo que fuera estaba sufriendo lo suficiente como para pedir auxilio de manera desesperada.

Despacio y con cautela me fui aproximando hacia la fuente del sonido, hasta que finalmente lo localicé entre la maleza del bosque. Esa fue la primera vez que vi a un lobo. Era un ejemplar joven y enorme, con un pelaje del color del carbón que brillaba bajo la resplandeciente luz del Sol. Unos grandes ojos dorados destacaban entre la negrura de su cara, me observaban con tristeza, estaba sólo y malherido.

Su pata trasera derecha estaba atrapada por un cepo, podía ver los dientes afilados de la trampa incrustados en su piel y la sangre brotando de la cruenta herida. ¡Malditos cazadores, malditos sean!  Me acerqué con calma con la intención de liberarlo, pero en cuanto me vio emprender la marcha intentó huir guiado por su instinto de supervivencia.

Emitió un seco gemido de dolor al pretender salir de la trampa, su intento de huida no hizo más que agravar la herida de su pata.

-          Shh, tranquilo, no voy a hacerte daño- le advertí con delicadeza.

Aquel animal era increíblemente hermoso, una maravilla de la naturaleza, era fuerte y robusto, desprendía vitalidad y vigor, pero ahora estaba atrapado en ese cepo como un cachorro indefenso. 

Yo tenía miedo de su reacción, no quería recibir un mordisco, al fin y al cabo era un animal, y ante el miedo y el dolor podría reaccionar de la peor de las maneras. Aun así no me quise dar por vencida.

-          Tranquilo, sólo quiero ayudarte- me coloqué de rodillas frente a él y me dispuse a liberarle.

El lobo retrajo los belfos dejando al descubierto sus temibles colmillos, giro las orejas hacia atrás, su piel se erizó y sus pupilas se hicieron más pequeñas, era una clara señal de amenaza, no quería que le tocara y en caso de hacerlo ya se había encargado de advertírmelo. Estaba acostumbrada a tratar con cánidos, en la granja donde me críe siempre había perros y aprendí a leer su lenguaje corporal, aunque nunca antes me había encontrado cara a cara con un lobo.

-          Vamos, confía en mí…- le hablé mirándole directamente a los ojos.

Él me sostuvo la mirada durante unos instantes y luego la apartó. Tomé esto como una señal de rendición y me puse manos a la obra. A pesar del riesgo que suponía meter las manos en aquel cepo no tenía miedo de quedar atrapada en el mismo. Agarré ambos lados y tiré en dirección contraria con todas mis fuerzas. El cepo se fue abriendo despacio y los dientes se fueron despegando de la carne del animal. Cuando éste al fin se sintió liberado apartó el pie rápidamente y salió corriendo despavorido. Yo solté la trampa y esta se cerró de manera violenta dándome apenas unas milésimas de segundo para apartarme. El brusco sonido de los hierros chocando asustó al resto de animales del bosque, entre ellos a un grupo de pájaros que emprendieron el vuelo aterrados, todos ellos sabían lo que ese sonido significaba.

El lobo desapareció dejando un reguero de sangre, se perdió entre la espesura del entorno. ¿Sobrevivirá? Nunca más volví a verle, aunque jamás olvidé aquellos ojos, unos ojos que parecían querer hablarme.
                                                             
                                                            ***************

Él seguía sobre mí, con sus rodillas hincadas en la nieve, no dejaba de mirarme con sus brillantes ojos.

-          ¿Enamorada?- preguntó a la vez que su respiración se agitaba.- ¿Qué es eso?

Me quedé de piedra con su pregunta, ¿en serio no sabía lo que era el amor?

-          Yo…- el sonido de unas pisadas tras de mí me impidieron seguir hablando.

-          Aléjate de ella.- una voz varonil demasiado familiar sonó por encima de mi cabeza.

El lobo alzó la vista pero no tuvo tiempo de reaccionar. Un disparo ensordecedor rompió el silencio de la noche, el mismo que impactó contra el pecho del lobo derrumbándole sobre el suelo.

-          ¡¡No!!- grité aterrada ante lo que acababa de ver.

Rápidamente me puse en pie en busca del autor de tal atrocidad, aunque yo sabía de sobra quién era. Sonriente y orgulloso de su hazaña recargaba su escopeta de dos cañones dispuesto a repetir el proceso. El hijo del alcalde del pueblo y ahora convertido en el mejor cazador, un ser frío y sin escrúpulos, mi prometido.

-          ¡¿Qué has hecho?!- salí corriendo hacia él enfurecida- ¡¿Por qué le has disparado?!- intenté desarmarlo pero fue inútil.

-          Quita de en medio-  dijo apartándome de un golpe.

Tras quitarme de su camino retomó la marcha y fue directo hacia el lobo, el cual yacía aún en el suelo cubierto por un charco de sangre.

-          No sé qué coño eres pero vas a ir al infierno…- añadió mientras le apuntaba con la escopeta.

El lobo se incorporó un poco, se quejaba de dolor, un gran boquete le atravesaba el pecho. Miró una última vez a los ojos de su verdugo, pues ahora el depredador se había convertido en presa. Sus ojos reflejaban pánico y pedían clemencia, aquella mirada me recordó al lobo negro que liberé, no me cabía ninguna duda, era él.

-          ¡¡NO!!- me lancé sobre el cazador y conseguí desviar el disparo justo a tiempo.

El cielo nocturno fue víctima de las balas y ambos acabamos tirados por el suelo. Busqué al lobo pero ya no estaba, tan sólo quedaba la sangre de su herida que se iba fundiendo con el hielo, una vez más había desaparecido como por arte de magia.

-          ¡¿Dónde está?!- preguntó exaltado el cazador al no ver rastro de su presa.

-          Ha escapado- añadí con una sonrisa.

-          ¿Por qué has hecho eso?- apretó los dientes mientras me hacía la pregunta.- ¡Esa cosa iba a matarte!

-          No, el jamás haría una cosa así- ahora lo sabía, había tenido la oportunidad de matarme, pero por alguna extraña razón no lo hizo.

-          No durará mucho con semejante herida- se puso de pie y se fue alejando con paso firme.

Miré entre los árboles, aún podía sentirle, sabía que estaba escondido ahí, en alguna parte, agradeciéndome que le hubiera salvado la vida, por segunda vez.


miércoles, 8 de abril de 2015

DEPREDADOR Y PRESA (II)



La espesura de la nieve  me impedía correr con agilidad, el enlentecimiento de mis pasos tan sólo conseguía acrecentar mis nervios, pues a pocos metros de mí ya podía oír el estruendoso aullido que emanaba de su garganta, un sonido tan escalofriante que se adentró en mis tímpanos haciendo mella de lo que me esperaba, el lobo salía de caza y se lo estaba haciendo saber al resto del bosque.


Mi corazón bombeaba la sangre de manera desorbitada, ya podía sentir su presencia tras de mí. ¿Dónde me escondo, dónde? Era como una débil gacela huyendo de las fauces del león, como una mosca intentando escapar de la tela de araña. Galopé colina abajo  iluminada por la luz de la resplandeciente luna, cuyo brillo se veía interrumpido por los troncos de los árboles que parecían animarme a seguir corriendo. 


El viento soplaba de manera cruel y en la velocidad de mi recorrido iba agrietando mi pálida piel. Nunca había pasado tanto frío, nunca había sentido tanto miedo. Agotada y sin aliento, quise rendirme, pero mi desasosiego me lo impedía, sabía que si me alcanzaba sería el fin.


En mi intento de huida torpemente me tropecé y acabé dándome de bruces contra el suelo, el gélido sabor de la nieve se mezcló con mi saliva, escupí, me limpie la boca con el dorso de la mano y velozmente me volví a poner en pie. Giré mi cabeza y eché la vista atrás, desesperadamente le busqué entre la espesura hasta que mis ojos le localizaron a lo lejos.


Emprendí la marcha de nuevo mientras una carcajada sonaba en la lejanía, me había visto. Oh, mierda, mierda. Me apresuré hasta llegar a un riachuelo cuya superficie estaba congelada, mis pies resbalaron al entrar en contacto con la misma haciendo balancear mi cuerpo, me tiré de rodillas al suelo y gateé hasta refugiarme debajo del tronco que hacía de puente entre ambos lados. Él no tardó en llegar.


-          ¿Dónde estás?, no importa cuánto te escondas…- su voz sonaba justo encima de mí, podía ver su silueta desde mi posición.


Tiritando y encogida como un feto en la tripa de su madre, tapé mi boca con ambas manos para evitar que me oyera respirar, tenía tanto miedo que pronto comencé a llorar.


-          Sé que estás aquí…


Mi maldita curiosidad me había llevado hasta este punto, no quise conformarme con verle una vez. Oculta bajo el manto de la noche tenía fe de no ser descubierta, sus pasos sonaban sobre mi cabeza, a medida que iba avanzando sobre el castigado cadáver del árbol, éste fue desprendiéndose de su corteza, la cual caía sobre mí. El lobo, astuto como él solo, intuyó que algo se ocultaba bajo dicho árbol.


De pronto ya no le oía, ¿dónde se había metido? Tanto silencio era demasiado sospechoso. Destapé mi boca despacio y me atreví a asomar la cabeza. Nada, no vi nada, a pesar de que la luna brillaba orgullosa aquella noche, su luz no era suficiente como para abarcarlo todo y, con tanta oscuridad, era difícil encontrarle.


-          Te encontré.- pronunció a la misma vez que me agarró con fuerza del tobillo derecho.


Como por arte de magia apareció tras de mí. Me quedé congelada mirando los luceros de su cara, tragué saliva de manera forzada a la vez que dos sufridas lágrimas brotaban de mis ojos, se acabó, iba a morir.

La adrenalina se disparó entre nosotros, él abrió su boca mostrando sus enormes dientes como señal de amenaza y yo comencé a gritar de manera desesperada. No dejaba de gruñir mientras intentaba sacarme de debajo del árbol. 




-          ¡¡¡No, suéltame!!!


Intenté defenderme, pataleaba y gritaba aterrada para lograr zafarme de sus zarpas, pero esto no hacía más que aumentar su enfado. Sus enormes manos se aferraban a mi vestido rasgándolo por diversas zonas, tiraba de mí con fuerza pero yo no estaba dispuesta a rendirme. Con los brazos estirados intentaba agarrarme a lo que fuera, pero él era increíblemente fuerte, y de un solo tirón logró arrastrarme hacia él.


-          ¡¡Suéltame cabrón!!- alcé la pierna y le propine una fuerte patada en todo el rostro.


Logré derribarlo y acabó de espaldas sobre la superficie helada del río. Aproveché para salir corriendo, pero mi agresión no sirvió de mucho, a los pocos segundos ya estaba de nuevo en pie.


-          Me has hecho sangrar conejita…- dijo con una sonrisa mientras  se relamía la sangre del labio.


Me detuve en seco, tomé una rama afilada del suelo y decidí enfrentarme a él, huir no serviría de nada, pues para él esto no era más que un juego, volvería a atraparme cuando quisiera.


-          ¡¡No te acerques!!- le amenacé elevando la rama- no des ni un paso más…


Apreté mis dientes mientras le retaba con el trozo de madera, lo decía totalmente en serio.


-          ¿Vas a matarme con un palo?- preguntó con una pícara sonrisa.


Me sonrojé por completo al verle sonreír, ¿qué cojones me pasaba?, por dios, iba a matarme, pero era tan jodidamente hermoso… Se aproximó con paso lento mientras hablaba, yo me mantuve en mi postura atacante hasta que se detuvo a pocos centímetros de mí.


-          Si das un paso más te lo clavaré en un ojo- le advertí con tono agresivo.


-          Suelta eso y te prometo que será una muerte rápida- terminó la frase adelantando el pie izquierdo.


-          ¡NO!- extendí ambos brazos hacia delante y le apunté con la rama como si de una espada se tratase- no te muevas…


La expresión de su cara dio un cambio radical y se tornó salvaje. Sus ojos pasaron de ser dorados a un color rojo sangre, estaba muy enfadado y podía notarlo en su manera de respirar. El lobo dio un zarpazo y de un golpe hizo añicos la rama que sostenía entre mis manos, acto seguido me agarró fuertemente del cuello con la misma mano y me elevó un palmo del suelo.
 
-          ¡¿Por qué me has seguido?!- su voz había cambiado, sonaba distinta, más grave y agresiva.


-          Ughh- no podía contestar, su mano me oprimía la tráquea  sin piedad.


-          ¿Crees que porque me salvaras de aquel cepo no voy a matarte?- añadió apretando un poco más mi garganta.


¿El cepo?, ¿acaso él era el lobo que liberé de aquella trampa hace ocho años? Gruñó de manera violenta y me lanzó sobre el  suelo cubierto de nieve.  Por fin, liberada de sus garras, tomé aire y comencé a toser de manera consecutiva, casi logra ahogarme.


-          No deberías haber vuelto- se decía a sí mismo mientras caminaba de manera nerviosa de un lado a otro.


Logré recuperarme un poco, una vez recobrado el aliento me incorporé y me quedé sentada sin dejar de mirarle. El color de sus ojos había vuelto, parecía haberse calmado pero seguía nervioso, lo cual me dio la suficiente confianza como para intentar levantarme.


-          ¡¡No te muevas!!- gritó enfurecido clavando sus penetrantes ojos en mí, los cuales se habían vuelto a inyectar en sangre.


Caminó con paso decidido hacia mí, yo me tumbé boca arriba y alcé mis manos a modo de rendición. Se colocó sobre mi cuerpo hundiendo las rodillas en la nieve, me rodeó el cuello con ambas manos y comenzó a apretar.


-          Nadie puede saber de mi existencia, por eso debes de morir- recitaba a la vez que me estrangulaba- nadie puede saberlo…


No opuse resistencia, me rendí, le dejé actuar, lo amaba y sabía que jamás conseguiría su amor. Disfruté una última vez de sus ojos, ahora rebosantes de ira, y de su cara de placer mientras me dejaba desprovista de aire. Sus labios se arrugaban motivados por el deseo de matarme, dejando al descubierto sus mortales colmillos con los que tantas veces deseé que me devorara. Quizás, aquella era su forma de mostrarme su amor.


-          No- pronunció con voz débil.


Al borde de la muerte y con los ojos entrecerrados retorné a la vida. El oxígeno fluía de nuevo por mi garganta y sus manos ya no apretaban mi cuello, miré sus ojos y éstos se tornaron del color del oro.

-          No puedo hacerlo- dijo con la voz repleta de miedo. Luego se miró las manos sorprendido, no parecía entender lo que acababa de suceder.


-          Mátame…- le supliqué atormentada.


-          No, no puedo matarte-intentó apartarse de mí pero le detuve atreviéndome a sujetarle del brazo.


-          Mátame, por favor…- rogué una vez más.


Nuestras miradas se cruzaron y se detuvieron en el tiempo, su expresión era triste, sus ojos hablaban por sí solos, no quería hacerlo, algo se lo impedía.


-          Si no me matas hoy, volveré a buscarte una y otra vez, tarde o temprano tendrás que hacerlo…- el corazón latía dentro de mi pecho como nunca, mi barbilla ser arrugó y no puede contener las lágrimas.


-          ¿Por qué?- preguntó el lobo con la voz rota.


-          Porque estoy enamorada de ti.