Habían
pasado dos amaneceres desde la última vez que le vi. El estúpido y arrogante
que se hacía llamar mi prometido hizo saber a todo el pueblo que la bestia
estaba muerta, o al menos eso creía él, pues yo bien sabía que aquello no era
cierto, él no podía estar muerto. Impaciente y preocupada decidí salir una vez
más en su búsqueda.
Era
mediodía, el Sol dominaba el pico más alto de la colina proyectando misteriosas
sombras a su paso. A hurtadillas, abandoné las dependencias de mi padre ocultando
mi cabeza bajo un manto de seda que mi difunta madre me regaló en mi décimo
sexto cumpleaños. Poco a poco me fui alejando de la civilización para ir adentrándome
en los territorios del lobo.
A pesar
de ser un día de lo más soleado el frío hacia mella de su presencia, penetrando
por mi epidermis y saliendo a través de mi aliento en forma de humo. Mis pies
se iban enterrando en la nieve a cada paso que yo daba, torpemente caminé unos
pocos metros hasta que me detuve. Esta
aquí. Una mirada se clavó en mi espalda, alguien me estaba observando. De
nuevo volví a sentirme presa, sabía que estaba ahí, escondido en cualquier
parte, de alguna manera yo era capaz de sentir su presencia, de oler su
fragancia corporal, de saber que estaba vivo.
― ¿Que
estás haciendo aquí?― el sonido de su voz congeló la volemia de mi sangre.
El
sonido provenía de un lugar alto, alcé la vista y pude verle. De pie, sobre la
más alta rama de uno de los árboles del bosque estaba él, tuve que alejarme
unos pasos para poder visualizarle con claridad. No parecía temer a las
alturas, con aires de chulería y seguridad me interrogaba cerca de la copa de
dicho árbol.
―Dios, ¡estás
vivo!― la emoción de volver a verle sano y salvo me desbordó por completo,
llevándome las manos a la boca grité eufórica, mi felicidad era máxima, estaba
vivo, ¿cómo era posible?
―Vete,
no puedes estar aquí― me advirtió desde la lejanía.
Los
rayos de Sol impactaban sobre su esculpida silueta dotándola de una belleza
sublime. Fascinada contemplé aquella maravilla de ser sin poder articular
palabra. La luz iluminaba sus negros cabellos alborotados y se reflejaba en sus
dorados ojos, los cuales no era capaz de apartar de los míos. El intenso frío
congelaba mi piel, pero a él no parecía hacerle efecto alguno, pues su cuerpo,
tan sólo cubierto por unos pantalones roídos, no se estremeció ni una sola vez.
―Yo…
sólo quería comprobar si seguías vivo…― atiné a decir entre tartamudeos.
El lobo
apretó la mandíbula con resignación y miró hacia otro lado.
―Por
favor, vete― aquello sonó casi a modo de súplica.
Vacilé
unos instantes mientras fijaba la vista en el suelo, acto seguido le miré
desafiante.
―No.
Aquello
debió de molestarle lo suficiente como para hacerle enfadar, al fin y al cabo
acababa de retarle. Su expresión dio un cambio radical, todos los signos de un
animal enfurecido se reflejaron en su rostro. Emitió un estruendoso rugido y
sus ojos se tornaron de color carmesí. Sus pies se despegaron de la superficie
del árbol y, tras coger gran impulso, saltó desde lo más alto para caer
bruscamente contra el suelo donde me encontraba yo. Su caída hizo temblar el
suelo a la vez que levantó un tupido manto de nieve. No tuve tiempo ni de
sobresaltarme.
―¡¡He
dicho que te largues!!― gritó a pocos centímetros de mi cara, un grito tan
potente que me dejó desprovista del abrigo que me proporcionaba el regalo de mi
madre.
La
sensación del miedo me invadió de nuevo, su cara de desquiciado, de animal
salvaje con esos fatales colmillos me hizo temblar una vez más, pero no, esta
vez no iba a salir corriendo como a él le gustaba que hiciera, tenía que sacar
fuerzas de flaqueza y enfrentarme a él.
―¡¡No!!―
me atreví a repetir alzando la voz.
El
temblor de mi voz y mis ojos llorosos delataron mi nerviosismo, pero el lobo no
salía de su asombro.
― ¡¿Es
que acaso ansias la muerte?!―me agarró de la cabellera fuertemente obligándome
a arrodillarme.
Cerré
mis ojos sin dejar de llorar mientras me aferraba al brazo con el que me
sujetaba.
― Sabes
que te lo supliqué, te supliqué que acabaras conmigo…―le recordé entre lágrimas―te
dije que volvería a buscarte…
― ¡Insensata!―
Me soltó con brusquedad del pelo y me lanzó contra la nieve.
El
tacto helado de la nieve era doloroso, me incorporé en cuanto pude y sequé mis
lágrimas con el dorso de mi mano.
― ¿Qué
quieres de mí?―le oí preguntar con la voz más calmada.
Sus
ojos recobraron la cordura y yo me arriesgué a mirarle. En su torso desnudo no había
rastro ni señal de daño, no había cicatriz alguna, eso era imposible, yo misma
pude ver el espantoso agujero que le atravesaba el pecho.
― Tu
pecho… ¿cómo es posible?
― ¿Qué
quieres de mí?―repitió con insistencia.
Tragué
saliva y aparté mi vista, estaba decidida a zanjar este asunto, era ahora o
nunca.
― ¿Por
qué no me mataste?, hace dos días tuviste mi frágil cuello entre tus fornidas
manos y fuiste incapaz de hacerlo, quiero saber por qué.
El lobo
guardo silencio y evitó mi mirada dándome la espalda.
― No…
no lo sé…
― ¿No
lo sabes?― ágilmente me puse en pie y corrí a darle la cara― ¿eras tú el lobo
que liberé del cepo hace ocho años, verdad?
― Apártate―
me advirtió con un tono seco.
― ¡Vamos,
deja de negarlo!
― He
dicho que te apartes.
― ¡Eras
tú, vamos, confiésalo!, ¡estás en deuda conmigo y por eso no puedes matarme!
― ¡¡Sí,
era yo!!, ¡Joder!― afirmó entre gritos y agitando sus manos.
― Oh
dios, es imposible…
Los
gritos cesaron y un incómodo silencio se creó en el ambiente. Petrificada, miré
a los ojos a aquel extraño ser, aquel hombre lobo que acababa de confesarse y
del cual estaba perdidamente enamorada.
― ¿Qué
eres?― le pregunté con prudencia.
― Soy
un animal confinado en el cuerpo de un hombre― sus hermosos ojos emitieron un
resplandor único al mirarme.
― Pero,
yo te vi, eras un lobo…― le dije forzando la mirada.
― Soy
un licántropo― añadió apretando los labios― ahora ya lo sabes.
― Un… ¿licántropo?―asombrada,
tapé mi boca con ambas manos― y aquel día, ¿por qué no te convertiste en humano
para liberarte del cepo?
― Yo
dependo del ciclo lunar, con la luna nueva soy un hombre, con la luna llena un
animal.
― No puede
ser…― seguía atónita, no podía ser real― ¿y por qué querías matarme?, por dios,
te salvé la vida.
― Yo
nunca te pedí ayuda.
―
Mientes, tus ojos parecían hablarme, sabes que si no llego a ayudarte hubieras
muerto de hambre.
― Yo no
puedo morir, soy inmortal― añadió orgulloso.
― ¿Qué?―
di un salto hacia atrás al oír aquello.
― Aun
así te estoy agradecido, pero eso no quita que seas una presa deliciosa― sonrió
mostrando sus deslumbrantes dientes y yo me ruboricé por completo― te he estado
observando desde entonces.
― ¡¿Qué?!,
¡¿me has estado espiando?!― la explosión de color que cubría mis mejillas se
hizo más intensa aún.
―
Estúpido de mí, que cuando al fin pude matarte no lo hice…― el lobo se dio
media vuelta y comenzó a alejarse.
― ¡¡Eh!!,
¿a dónde vas?― comencé a perseguirle de manera inútil por la nieve.
― Esta
noche es luna llena, quizás el humano haya sido capaz de apiadarse de ti, pero
no te aseguro que el animal sea capaz de hacerlo― hablaba sin mirarme.
― ¿Puedo
al menos saber tu nombre?― le pregunté en un acto de desesperación.
El lobo
se paró en seco, apretó los puños y giro su cabeza suavemente en mi dirección.
― Creo
que ya sabes suficiente, conejita…― acompañó la frase con una pícara sonrisa y
se esfumó entre la frondosa vegetación.